Bienvenidos

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Cuando te das cuenta que la vida no es todo lo que te han contado. Cuando te das cuenta que la vida es más corta de lo que creías. Cuando te das cuenta que el cielo no es realmente azul. Cuando te das cuenta que una sonrisa también puede ir acompañada de lágrimas y tristeza.

Cuando te das cuenta que no hay nada más grande que el amor y la amistad. Cuando te das cuenta que el dinero te hace más pobre de lo que eres. Cuando te das cuenta que la vida es un regalo maravilloso que no apreciamos y que estamos aquí de prestado. Cuando te das cuenta que por la mirada de una mujer desconocida lo darías todo, por que te enamoró sin hablar.

Cuando te das cuenta que la gente que te quiere está siempre a tu lado, en los momentos más difíciles, y hacen que sean menos amargos. Cuando te despiertas por las mañanas, sintiéndote vivo y con ganas de luchar, a pesar de que te caíste al suelo 1000 veces y cada vez te cuesta más levantarte.

Cuando sabes realmente el significado de la palabra perdón, por que tu lo pediste. Cuando estás harto de odiar y de sentir rencor en tu corazón, por que descubres que lo único que hace es destrozarte el alma. Cuando llegas al punto de paladear cada segundo de tu vida como si fuera el último. Cuando te das cuenta que no es lo mismo querer que ser amado, que la ilusión más grande en tu vida es vivir ilusionado.

Para todos aquellos y aquellas que se dieron cuenta……Bienvenidos.

Algún tormentoso día de febrero de 2008.

» Perdonadme por que he pecado».

Pido el perdón y la palabra, pido el puñal y el reclinatorio,

pido un suspiro, un abrazo, pido indulgencia sin despropósito.

Pido un pañuelo y un rosario, pido la fusta y las cadenas,

pido condena sin eximentes, pido tu pan, pido tu justa pena.

Seco mi trémulo espíritu por un instante, cataclismos demenciales,

se paró mi diestra, mi tinta, mi lienzo, mi mar, mi río, mi embalse.

En tiempos sin aire, sin medicina, ni cura,

pido perdón, me asusté, me sentí afligido,

pido perdón porque con el acierto herido,

quise infantil, volver a mi cuna.

Pido perdón a Dios, al Crucificado, al que leyó, al crítico, al amigo,

pido perdón por mi ausencia, por mi demencia pido perdón, pido castigo.

El precio de mis ausencias, serás tú el que la determine,

pido perdón, pido piedad, para un reo de miedo, ¡ Pagaré por mi crimen!

Quien quiera venganza, castigo o restitución, por la ofensa infligida,

pido perdón, ¡ Clemencia! os lo imploro de rodillas.

Ya está la sentencia dictada, sin agravantes ni atenuantes,

Juez, jurado y verdugo, a vosotros os he elegido,

no hay posibilidad de recurso, de protesta, de remilgos,

» Coge tu pluma cobarde, durante 1000 años más, y escribe como lo hacías antes»

Ego ergo Sum?? Yo confieso.

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Se acabó » my friend». Ya me cansé de ti compañero. » Sayonara baby». Creo que ya me has arruinado bastante la vida. No voy a escucharte más, no voy a dejarte pregonar todos tus «incuestionables, razonables e incontestables» argumentos, por el tortuoso callejero de mi mente. Se terminó el seguirte a «pies juntillas», el considerarte como un dogma de fe. Cierro con decisión tu carcomido libreto del odio. Sé que me has acompañado parasitariamente durante toda mi existencia, haciéndote el imprescindible, hasta el punto de no saber lo que era real o no. Y has sabido perfectamente escudriñar el momento justo, elegir la forma adecuada, aprovechar el instante acertado, apostar a caballo ganador, para lanzar tus dardos envenenados de ponzoña. Y para ser totalmente honestos, yo me he dejado. Te he hecho el juego excesivamente fácil. Pero no porque me dejara, sino porque eres diabólicamente astuto. Sabes de mis errores y de mis vergüenzas, de mis fallos y de mis pecados. Sabes de mis miserias, de mis tristezas, de mis iras incontenidas. Sabes de mi daño, de mis lágrimas ácidas, de mis puños apretados, de mis frustraciones, de mis sueños rotos.

Y apareciste cual super-héroe alado en mi vida, para «ayudar». Como respuesta a esos ataques de mi tierna infancia. Para inundar poco a poco mi raciocinio, mi alma y mi espíritu con tu asquerosa y putrefacta filosofía, con tus aguas del Estix. Tenías todo el terreno abonado. Ya ni recuerdo cómo fue ni cuándo. Ahora, ya con canas, me he dado cuenta. ¿Por qué? Quizás un interrogación retórica pluscuamperfecta. » Porque tú me llamaste, porque tú me necesitabas y me necesitas. Porque sin mí no eras nada ni eres nadie. Me debes todo lo que eres, todo lo que tienes. No te atrevas siquiera a pensar en mi destrucción. Sin mí no serás nada. ¿ Qué harás? Vacío. No lo sé. Buen comienzo.

Ante el gélido rechazo, de forma sibilina me indujiste al ostracismo, al elitismo, al clasismo,  a la errónea concepción de lo separado, del otro, de lo extraño, del «no es como yo». Me emborrachaste con los vinos de la marginación, subiendo los peldaños de mi torre de márfil, por miedo a lo diferente. Tu sentimiento antisocial, tu odio y beligerancia constante, los hice míos. El mismo cristal astillado que rasgó mi corazón, se multiplicó gracias a ti. Me dio vergüenza ser cómo era. Me negué a aceptarme, por evitar el dolor de esos alfileres que tanto se adentran en la piel. No aceptarme, me llevó a no quererme, a ver innumerables imperfecciones en mi ser. Y a ver las mías en los demás. Tánatos alado se posó en mi mirada. Me escondí. Rechacé porque me rechazaron.

Ante el vacío del abandono, me dejaste sin autoestima. Al quitarme la dulce leche materna, me inoculaste el trágico néctar de la aprobación, el veneno del reconocimiento, la miseria de la competición, de llegar el primero, ser el primero. La cruel ilusión del éxito y el fracaso. De la carestía, del » no hay para todos». De ser «el más». Me adentré en la masa, en lo correcto, en » lo que hay que hacer, decir, vestir, comer, comprar, consumir, escuchar». A cualquiera obsequié con mis daños por necesidad de ser aceptado. Porque pensaba que a través de la pena, no me volverían a abandonar. Despertaste en mí los celos, la inferioridad, la desconfianza perpetua. Y por inferioridad, me creí superior. Ante el abandono, me insuflaste la noción de la posesión. Otro infierno en el que viví. Abandoné porque me abandonaron.

Ante el rubor de la humillación, la culpa floreció en mi corazón. » Me han atacado porque es culpa mía, he hecho algo malo.» » Todo es culpa tuya». Y mis complejos, mis miedos, mis imperfecciones, se alegraron de tener ticket de primera clase, para este tren de alta velocidad. ¡Qué importantes se han sentido y que puesto de honor han ocupado gracias a la humillación! Violencia verbal, violencia física. Y de la violencia verbal pasas a la queja. La queja que te toxifica, ese eterno niño quejoso que quiere que le resuelvan la vida. O aceptas, o luchas por el cambio. ¿ Y la crítica? Crítica, crítica, crítica….palabras perniciosas que destruyen porque un día sus bocas fueron heridas, La herida que no cicatriza. » ¡Más maderaaaaa!».  Y mi carácter se turbó, se volvió hostil y frío. » No te equivoques, les das la mano y te cogen el brazo». » Si no te la dan a la entrada, te la dan a la salida». Y me volví menos humano, menos empático, menos prójimo, menos amigo, menos involucrado. Mediocre, idiota. Humillé porque me humillaron.

Ante la cuchillada de la traición, ira. Los ojos como platos, por el descrédito de nunca imaginar, que el acero que se te clava en la espalda, duele tanto. Siempre viene por donde menos te imaginas. Siempre por quien menos te imaginas. Eso es lo que duele. Eso es lo que hace daño. Nunca son extraños los que más daño hacen. Siempre el golpe de gracia viene de retaguardia. Desconfianza » again». » Tócala otra vez Sam». Y el miedo, da lugar al dolor, y el dolor a la ira. Parece una enseñanza Jedi, pero es así. Y la ira te destruye por dentro. Te dispara las hormonas hasta límites insospechados, te hace ver guerras por todos lados, conflictos, enemigos, vencedores y vencidos. Te engaña, te hace creerte poderoso, fuerte, varonil, capaz. Pero te destruye. Niegas, niegas que todos somos débiles. Niegas que tú lo eres.  Traicioné porque me traicionaron.

Ante la injusticia, envidia, avaricia. Pensar en las relaciones humanas, como » perfectas manifestaciones de una igualdad de resultados, ante acciones similares, equidistribución». Si te doy, me das. Si te quiero, me quieres. Si te ayudé, me ayudas. » No es justo». ¿ Cuándo la justicia humana ha tenido algo que ver» ¿ Por qué él tiene mejor trabajo, mejor casa, más dinero, más popularidad, hijos, aventura, vida fácil…? » La envidia, el peor de los pecados capitales, el más masoquista, el único con el que el pecador sufre. Y de ahí a la avaricia. » Todo para mí, aunque me sobre, no te doy». El ser humano, la única especie sobre la faz de la tierra que acumula riquezas, explota sus recursos, destruye entornos naturales, extingue especies animales, mata, traiciona, invade, extermina, por avaricia. Por dinero. El buey de oro acuñado en moneda. Interesado, materialista. Fui injusto, porque lo fueron conmigo.

Y ya por fin se quien eres. Eres mi EGO. No soy yo. Un día pensando en ti, sentí unos deseos irrefrenables de acabar contigo. Y me di cuenta de la trampa. De tu trampa. Acabar contigo. Era una trampa tuya para mentirme, hacerme ver que te había derrotado, que te había vencido. Que bueno soy ¿no?.. ya no estás, bajo la guardia. Ego de nuevo.

Te mataré, siendo consciente en cada momento de tus tentáculos, de tus intentos de enmarañar. Se que estás en mi, por que yo te llamé. Pero Yo no soy Tú.

Intentaré buscar mi auténtico ser. Pensar en nosotros y no sólo en mi. Comprenderé a cada ser humano que esté en frente mía, sabiendo de sus virtudes y defectos, aceptando con compasión. Seré amigable, e intentaré considerar amigo a cada ser humano, animal, vegetal, elemento que mora en este maravilloso planeta. Perdonaré, aunque no me pidan perdón, para liberarme de mis pecados, de mi dolor, no para ser perdonado. Me perdonaré. Amaré, como Dios nos ama, como lo hizo su hijo, sabiendo que no todos me amarán. Y me amaré a mi mismo. Agradeceré cada instante, cada momento, incluso si no es bueno. Me obligaré a ser feliz, para hacer feliz a los míos.

Seré humilde, entendiendo la grandeza de esta palabra. » Que tu derecha no sepa lo que hace tu izquierda». Creeré en la paz, interior y exterior. Regalaré simpatía para endulzar y endulzarme, por compromiso firme conmigo mismo

Disfrutaré del instante, para saber que si llego a viejo, pueda decir que he exprimido al máximo cada segundo de mi vida, y no decir » qué pena, qué rápido pasó todo, si hubiera..»

Toleraré y acogeré al diferente, entendiendo que es otro ser como yo, embarcado en esta maravillosa aventura llamada existencia. Daré, sin esperar a recibir, sólo por el mero placer de compartir, de dar.

Te dejo ir con alegría, te saco de dentro con delicadeza, te dejo partir sin resentimiento. Gracias por el tiempo compartido, gracias por haberlo intentado, gracias por ayudarme a pesar de hacerme tanto daño, pero ya no te quiero más. Quiero vivir.

Adiós.

 

Cuando volvamos a la normalidad

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Dios sabe, por eso es omnisciente, que me he resistido con todas mis fuerzas, tampoco son muchas, presa del abatimiento, desesperanza y nerviosismo. Como la canción que se ha «convertido» en himno oficial/oficioso de estos tiempos descontrolados que nos ha tocado vivir. » Resistiré».

Me he resistido con mi rebeldía propia congénita a lo impuesto, a lo obligado, a » lo que toca», a el » escribe-unas-palabrillas-cojonudas- e- inspiradas/inspiradoras-opinando-lo-que-se-te-ocurra. Que-tema-tienes». Me he resistido a ser «hiper-maxi-productivo», a verme 1000 tutoriales de cocina. Como dice mi madre «Tú, todo es tocar los ******», como siempre he hecho en mi vida. Contracultural, contracorriente, contratodo. La verdad es que nadar río arriba ya está llegando a cansar. No por edad, si no por exceso de oportunidades. Y que no se crea nadie que por ello me siento especial. Todo lo contrario, en algunas ocasiones me encantaría formar parte del grupo, que no del rebaño, tener la misma opinión. Ser más políticamente correcto. Cuando en mi ciudad todos eran de misa diaria yo era un ateo contraeclesial practicante, y ahora que todo el mundo es ateo o agnóstico me veo rezando rosarios. Ese quizás ha sido el problema, que en muy pocas ocasiones, me he sentido integrado en nada. También seguramente es por que yo me he automarginado. Miedo al rechazo que dirían los especialistas. Pero bueno, tengo las 5 heridas emocionales. Como insisto, ningún orgullo en ello, únicamente que la mirada al pozo oscuro se muera conmigo.

Y mi resistencia pírrica, no ha sido de todo en balde. Cuando ya hemos superado los cuarenta días de reclusión domiciliaria, que no en el desierto, mi «actividad»-jajaja, personal se ha reducido a hacer ejercicio físico, leer mucho, recuperar sueño y disfrutar de mi mujer y mis hijas. Ni hablar tiene de los demás quehaceres de casa, limpiar, comida, deberes escolares, videollamadas, quebrarme la cabeza de cómo nos vamos a ganar la vida, cuánto tiempo vamos a seguir así, etc.. En este aspecto, también me ha salido la vena contestataria. No he sido muy productivo, lo confieso. No he sido un «hominis fructus», según la nueva religión neoliberal-capitalista. Sumido en un ERTE, con las esperanzas erosionadas y con la mirada llena de incertidumbre y descrédito, se le quitan a uno las ganas de todo. Hasta de quejarse.

Y eso, a pesar de haber generado una especie de actitud estoico-espartana-negacionista-del-ego-cristiana-me-resbala-todo, que la verdad me asusta algunas veces. Ya lo dijo el amado Maestro, «quien quiera, niéguese así mismo, abandone todo y sígame». Somos diamantes, a los que hay que pulir, pero a algunos nos han pulido demasiado a lo largo de la vida. Ya lo decía Fidias: » La estatua está ahí, yo solo quito las impurezas». A mi me vas a dejar en gravilla mamón.

Vivimos tiempos inciertos, surrealistas, virtuales. Las actitudes, la información, los dirigentes, las relaciones, las personas, los trabajos, todo está «contagiado» de esta necesaria ambigüedad, muy necesaria para nutrir nuestra resiliencia, base de nuestra supervivencia. Muy poco es auténtico. Muy pocos son auténticos. » O mueres pronto siendo un héroe, o vives lo suficiente para convertirte en un villano».  Nos estamos jugando nuestra continuidad en este maravilloso mundo que nos han regalado. Y me da la sensación, que el partido ya ha empezado y el marcador nos es adverso.

Y no quiero entrar en teorías conspiranoicas, pero tampoco caer en un » buenismo» nocivo e inútil. Y eso que mi naturaleza de infancia tóxica me empuja siempre a un pesimismo beligerante. Lo único que he hecho bueno y auténtico en esta vida, y espero seguir haciendo hasta que me muera, es amar con todo mi corazón a la que es mi mujer, y ser padre de mis maravillosas hijas. Por eso, ha valido la pena todo lo demás. Si Dios quiere, algo de mi quedará en ellas, y solo espero que recuerden con orgullo, lo que un día lucharon sus padres por sacarlas adelante. Con nuestras equivocaciones, con nuestros aciertos. Intentando no cometer los errores que nuestros padres cometieron con nosotros. Repitiendo y enseñando aquello en lo que humildemente pensamos que acertaron.

Pero si es cierto que nuestro presente no pinta bien. Y os confieso, me da vergüenza opinar, sobre todo en estos momentos, cuando hay personas que se la están jugando por nuestro bienestar, diariamente. Sobre todo cuando hay cientos de miles de personas que se han ido de este mundo de una manera cruel e inhumana. Sol@s. Sin el familiar que por sangre o espíritu merecía estar en ese último momento. Quiero pensar, como ha sido así, que nuestros héroes han sido la voz amiga, la palabra que anima. A nuestro personal sanitario en todas sus escalas, desde enfermeros, médicos, celadores, limpiadoras, seguridad, todo mi reconocimiento. Aun sabiendo que ese paciente se iba, que no podía más, han dibujado en sus caras, con los colores del corazón, la sonrisa del » no pasa nada, estamos aquí». A Guardia Civil, Policía Nacional y Local, Ejército, mi agradecimiento sincero y eterno. Han estado y están al pie del cañón, protegiéndonos y poniendo igualmente en riesgo su salud.

Ya habrá tiempo de enterarnos cómo ha pasado esto, cómo este bicho maldito se ha propagado a la velocidad del rayo en nuestras vidas. Ahora son tiempos de calles desiertas, de quedarnos en casa, por nosotros y por los demás, respetando las medidas de autoconfinamiento. Son tiempos de guantes, mascarillas y gel. Son tiempos de aplausos a las 20:00 en los balcones. Son tiempos de videollamadas, a papá, a mamá, buenos días ¿cómo estás? Son tiempos de ruedas de prensa, estadísticas, fallecidos al día, información/desinformación, bulos. Son tiempos de ver vídeos de Semana Santa de otros años, celebrar en casa la Feria de Abril, misas los Domingos en la televisión. Son momentos para estar con mi familia y aprovechar todo el tiempo que antes no he podido estar con ellas.

Son momentos de acciones solidarias, de generosidad, de cercanía al necesitado, al prójimo, al vecino. Son momentos de ayudar en la compra a los ancianos, de coser mascarillas, de hacer pantallas protectoras con impresoras 3D, de animar a los camiones de basura y coches de Policía, cuando pasan frente a tu ventana. Son momentos de oración, de pedirle y darle gracias a Dios por la salud de los tuyos, y de todos. Son momentos de fe, de esperanza, de caridad. Son momentos de responder a la pandemia como solamente el ser humano sabe hacerlo. Con nuestra humanidad. Y todo a coste 0 euros, 100% corazón.

Son momentos de reafirmar lo mejor de nuestra naturaleza humana, porque sólo de esta manera sacaremos algo en claro de esta maldita experiencia. Momentos para desenterrar nuestra excelencia, nuestros valores como personas. Momentos para recapacitar, para pensar en nuestros errores, en nuestros egoísmos, en nuestra avaricia. Para que cuando pase todo esto, no volvamos ni mejores ni peores, sino distintos. Para no volver a la «normalidad», porque no podemos volver a lo que éramos antes. Porque la «normalidad» es en parte lo que nos ha conducido a esto. Estoy seguro.

Las Punteras de Elisa (XII)

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Sus erráticos pasos les llevaron hasta el final de la Calle Feria, en la estrecha confluencia con la calle Regina y la Iglesia de San Juan de la Palma. Esta parroquia era conocida entre los sevillanos y cofrades, por acoger desde tiempo inmemorial a la Hermandad de la Amargura. Como imágenes titulares, esta Hermandad tiene a nuestro Padre Jesús del Silencio en el Desprecio de Herodes y a nuestra madre, María Santísima de la Amargura, preciosa Dolorosa tallada por autor anónimo en el siglo XVIII. Entre las muchas anécdotas que se narran de las hermandades de Sevilla, muchas de ellas de dudosa veracidad, es conocida una en relación a esta Hermandad.

En los primeros tiempos de la Semana Santa, en Sevilla los hombres destinados a sacar sus imágenes eran los propios hermanos de la Hermandad. Pero cuando los pasos, estructuras destinadas a portar las sagradas imágenes, comenzaron a ser más pesados, los cargadores del puerto de Sevilla fueron los encargados de sacar los pasos a la calle. Estos hombres eran conocidos como los «gallegos», ya que procedían en su mayor parte de Galicia y del norte de España.  Portando pesados bultos, con cuerdas y costales, se ganaban el pan, día a día. Fuertes por naturaleza, y acostumbrados a transportar  kilos sobre sus espaldas, ponían sus fuerzas al servicio de las Hermandades, a cambio de un jornal.

Durante los convulsos 30 en España, los «gallegos» protagonizaron más de un momento de tensión y desencuentro, impropio de la oportunidad del instante. En unos años de fricciones entre ideologías, guerras entre hermanos, padres e hijos, derramamientos de sangre y lucha fraticida, los derechos inexistentes de miles de trabajadores empobrecidos y hambrientos, eran otro terreno abonado para el conflicto y las reivindicaciones.

Un Domingo de Ramos, en el discurrir de la Hermandad de la Amargura, los costaleros que llevaban el paso del Señor, se negaron a continuar la estación de penitencia a la Santa Catedral. » Qué sepan estos señoritos, y ricos terratenientes, que hasta que no nos paguen justamente, por nuestro trabajo, nos negamos a continuar, y va a tener que venir el cura con todos sus huevos a arrastrarlo. Llevamos ya unos años con nuestro jornal congelado, y entendemos que es una profunda injusticia, ya que la nómina de hermanos se ha acrecentado, el recorrido se ha alargado y nosotros trabajamos más por el mismo dinero. ¡Qué le pongan menos flores a la Virgen y que nos paguen a nosotros lo nuestro! «.

El capataz enmudeció de repente. Manolito, el portavoz, tenía determinación y arrojo. Decían que era un sindicalista foribundo del barrio de San Julían, y que había ido a la escuela durante dos años. Lo suficiente como para poder expresarse con claridad e imponer respeto. El capataz, de riguroso luto, se dirigió al cortejo de la presidencia del paso del Señor, y temeroso se acercó a uno de los integrantes, que no iba vestido de nazareno. Era un comandante del Ejercito de Tierra, de rictus marcial y serio, que al escuchar las palabras susurradas al oído, enrojeció como un tomate. Con un gesto decidido, cedió la vara de presidencia al nazareno que se encontraba a su izquierda, el Hermano Mayor de la Hermandad, y se dirigió hacia el faldón del paso. Asió con firmeza el terciopelo y lo levantó, metiendo la cara con bigote minúsculo bajo el paso, en el lugar donde los rebeldes costaleros aguardaban.

» A ver, ¿ el cabecilla podría repetir lo que vuestro capataz me ha contado? Prefiero escucharlo de viva voz».

Manolito, asombrado y timorato, como el resto de la cuadrilla, repitió palabra por palabra, el discurso pronunciado momentos antes.

» Ya me lo imaginaba»- exclamó el militar. » Vuestro capataz tenía razón, no se ha saltado ni un detalle». En ese instante, el militar aproximó su mano derecha a su cinto y desenfundó su arma reglamentaria. » Vamos a ver mamones, o tenéis el respeto que le tenéis que tener al que estáis llevando arriba, y continuáis andando, u os meto a cada uno de vosotros una bala en la sien. Si es necesario, gasto dos cargadores».

Se dice en Sevilla, que de la «levantá» que dieron los costaleros, el Señor rozó el cielo.

Al girar la esquina, se dirigieron a la plaza que estaba a las espaldas de la Iglesia. Entraron en el Café » La Plazoleta» a tomar algo. Fuera del café, en la plaza, unas sucias palomas devoraban las migajas de pan, que un viejo harapiento les daba. Sucios animales, ratas con alas, carroñeros del nuevo siglo, portadores de enfermedades. Perseguidas y protegidas. En Sevilla, habían dejado de ser el símbolo de la paz, para ser animales odiados, desde la más tierna infancia. Cuando con gula, tragaban con desenfreno el alpiste que aterrados niños sostenían en sus manos, ante la cruel sonrisa de progenitores con cámara de fotos en mano. La Plaza de las Américas, era testigo cada mañana de domingo. Destructores de estatuas y monumentos. Una paloma no traía nada bueno en Sevilla.

El café era el típico café sevillano. Los suelos eran de azulejo hidraulico antiguo, desgastado por el uso y el paso de los años. Rombos, cruces,  estrellas y otras figuras geométricas de color verde, marrón, ocre, negro y rojo, estampaban cada muescado azulejo. Grandes columnas de mármol blanco, soportaban el peso de vigas de madera, que se disponían por todo el techo. Una plataforma de verde mármol servía de base a la barra del café. Una barra de madera roída, rota y magullada por el devenir del tiempo.

La pareja de extraños tomó asiento en unos taburetes altos de madera, al lado de una de las mesas libres que se encontraban.

El la miró a los ojos fijamente, excrutando cada centímetro de su cara, e intentando adivinar sus pensamientos. Necesitaba saber qué pensaba ella de él. Lo necesitaba de verdad. Ella sintió cierto rubor, por la frescura y desvergüenza de aquel desconocido, mientras sostenía la pequeña estatuilla entre sus manos.

» ¿Vaya escenita la del regateo con esa bruja  verdad?¿ Ha sido más propia de una calle del zoco de Tánger no? Espero que no te incomodara la situación. No suelo tener estos arranques con todas las desconocidas guapas que veo pasear»- dijo él con aires de interés y mirada de donjuán.

» Gracias por lo de guapa»- dijo ella. » Hombre, la verdad es que espero que no lo hagas con todas. Aunque eso no le quita magia al momento. La verdad es que hacía mucho tiempo que no me reía tanto»-sonrió.

» Pues ahora que lo dices..»

» ¿Qué van a tomar los señores?» – interrumpió repentinamente la camarera. Le encantaba romper la intimidad a esas parejitas enamoradas, que acudían a su café a compartir palabras, bajo la luz de lámparas de gas. Eso le hacía sentirse menos desgraciada, por lo que ella ya no tenía.

» Pues mira, nos vamos a tomar las cosas con calma y a pensar qué es lo que deseamos tomar, y cuando nuestra conversación se torne tan aburrida que no podamos ni respirar, entonces te llamaremos para que no interrumpas nada interesante, ¿qué te parece?»- exclamó él con felina agresividad.

» ¡Vaya telita cómo está el patio! Bueno pues tú me avisas ¿Vale? ¡Y perdone usted! » dijo indignada la camarera.

Ella sonrió sorprendida.

«No suelo ser tan borde, disculpa son los nervios del momento.»- dijo avergonzado.

El levantó la mano dirigiendo la mirada a la camarera, y la llamó con un gesto.

«¿Ya se han aburrido lo suficiente los señores? ¿Qué pronto no? Bueno el señor tiene pinta de hacer las cosas rapidito» Dijo socarronamente la camarera.

«Bueno, bueno, yo voy a tomar un café solo, con tres gotas de brandy, y la señorita va a tomar…»

» Un café descafeinado de máquina, por favor», dijo ella.

» Vamos, un carajillo y un descafeinado de máquina. ¿Algo de bollería figurines?».

» No, gracias.»- cortó bruscamente él.

Esperaron a que la camarera se fuera y comenzaron a hablar. Es difícil de explicar cuando se produce esa mágica conexión que une a dos personas, desde el primer momento en el que se conocen. Y con ellos ocurrió un verdadero cortocircuito. Se podía palpar en el ambiente. Todo desapareció en aquel viejo cafetín. Todo salvo ellos. Horas y horas pasaron hablando de sus vidas. Compartiendo obras y milagros, venturas y desventuras, amores, desamores, éxitos y fracasos. Y todo sin solución de continuidad. Se dice que el ser humano es como un perro, que cuando es joven y cachorro, se acerca a cualquiera, sin filtro ninguno, para jugar, para compartir. Y cuando se hace mayor, se vuelve perro viejo, y huele gruñendo a cualquiera que se le acerca. La experiencia es un grado. Pero eso, no sucedió con ellos.

Hablando, se descubrieron en una inusitada e inesperada intimidad. El carajillo y el descafeinado de máquina, se enfriaron encima de la mesa, sin siquiera haber sido probados. A ninguno de los dos, le importó. No iban a sacrificar la electricidad, las vibraciones, las palabras sanadoras, los corazones que se acercaban a su igual, y mucho menos por un sorbo de café recalentado, aunque estuviera aliñado por alcohol.

Él, oscuro, descreído, herido, desesperanzado, desilusionado, roto, sin afanes ni metas, viviendo por inercia, con ganas de morir, traicionado, abandonado, rechazado, humillado, reo de injusticia, alma en pena, sonriendo por compromiso, había encontrado sin buscar.

Ella, luz, creyente, ingrávida, esperanzada, ilusionada, con miles de sueños por cumplir, viviendo intensamente, aferrada a la alegría, ingenua, buena, noble, inocente, imaginativa, princesa de cuento de hadas, había buscado sin encontrar.

El gruñido de la camarera los despertó del estado de ensoñación eterna en el que se encontraban sumidos.

» Vamos a cerrar, ¿ Queréis algo más a parte de los dos cafés que ni siquiera habéis tomado, u os doy la cuenta?».

Al salir del café, ella le miró a los ojos, y le dijo. » No te lo vas a creer, pero después de todo lo que hemos hablado, no recuerdo tu nombre. El mío es Elisa.»

» El mío no lo recuerdas, porque no te lo he dicho»- contestó él con sarcasmo. Me llamo Gestas, Gestas Santamayor.

El maldito Virus.

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Este año los nazarenos de Sevilla nos quedamos en casa. Este año no nos ponemos el antifaz, capirote, capa, o esparto. Este año no cogemos ese cirio que ilumina, esa cruz que pesa. Este año no sacamos a nuestras sagradas imágenes a las calles. Este año la ilusión no la sesgó la lluvia, el trabajo o las inclemencias. Este año en el Domingo de Ramos, la Campana enmudecerá en un respetuoso silencio. Este año, nunca mejor dicho, la penitencia va por dentro. Un año en el que mis hijas, por primera vez, no harán estación de penitencia, vestiditas de monaguillo. Mi mayor con nuestro Cristo de los Estudiantes, la pequeñaja con el Cristo del Buen Fin. Momento difícil de lágrimas compartidas. Pero la luz del cirio no se apaga NUNCA. « Sed la luz que ilumina el mundo, que diga la verdad, la única verdad, que YO soy el CAMINO, la VERDAD y la VIDA». La cruz, la llevaremos el resto del año, « Coge tu cruz, ven y SIGUEME». Los nazarenos de Sevilla, rezaremos como nos enseñaron nuestros mayores. En respetuoso silencio, con Fe. Por los fallecidos y sus familiares, por los héroes vestidos con una bata blanca o verde. Por los que nos siguen dando el alimento y calman nuestra sed. Por los que vigilan nuestras calles. Por que esta locura pase pronto. Y lo haremos, como se hace las cosas en Sevilla. Con señorío, con arte y con clase. Y pasará, todo esto pasará. Y nos quedaremos con un sentimiento agridulce. Agrio, por no poder salir, y dulce, por que este sacrificio pequeño, se ofrecerá por todos, para que recuperemos pronto lo que ahora está en peligro. Nuestra Salud. Dios nos de Salud!!!

Amistad. Divino tesoro.

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Recuerdo con cierta nostalgia cuando de pequeño, mis amigos aporreaban la puerta de mi casa. Mi madre, cual soldado de guardia en la garita, salía al umbral para escudriñar intenciones, y después de un rotundo y potente » No puede salir, tiene que estudiar», cerraba con un portazo desalentador ante las jóvenes ilusiones. Profano la expresión del Maestro Darío, » Amistad, divino tesoro».

Y no digo que lo eche de menos, pero si es cierto que es el recuerdo honesto que tengo de lo que era la amistad más pura, más inocente, más bienintencionada. Todo se resumía en un » quiero jugar contigo». Bella expresión que resume de manera magistral lo que es compartir, disfrutar de la vida. Embarcarse en juegos y fantasías, pelotas, pistolas de plástico, pilla pilla o escondite, o la nueva figurita de «Star Wars». No había interés malicioso alguno mas que el de pasar un buen rato. Chillar, cantar, reír, correr, desafiar los límites de la gravedad y de la realidad, desafiar lo impuesto, en ese mundo precioso que es el de la infancia y la adolescencia. » Para entrar en el reino de los cielos, deberéis tener ojos de niño».

Pero no todo era juego. También había lágrimas, lloros, frustraciones, desilusiones, malas notas, castigos injustos y justos, alguna reprimenda, alguna paliza. En nuestro entendimiento, en nuestro nivel de madurez, era toda una tragedia grecorromana, era todo un drama inacabado y de amenazantes consecuencias. Y en ese crucial momento, delicado y sensible, tus amigos también estaban allí. Para echarte el brazo encima del cuello y decirte, » ¿qué te pasa?», para recogerte del suelo cuando te habías caído y gimoteabas con una rodilla ensangrentada, para escucharte y consolarte por que aquella niña te había dejado, o por cualquier otro motivo infantil de desazón. Aquellos eran tus AMIGOS. Y en aquellos momentos, no faltaban, ni fallaban.

En esta bendita ciudad en la que vivo, no te faltan ni te fallan amigos de cervecita, de compartir una charla en el bar hablando de fútbol o de espectaculares y voluptuosas féminas, de charanga y pandereta. Horas interminables en las barras, cátedras del vulgo, hablando de política, arreglando mundos, quejas universales hacia suegras, jefes, trabajos, políticos, gobiernos desgobernados, juventud, bancos, ricos y poderosos, cotilleos varios. Y ahora con el paso de los años, es una costumbre que he llegado a comprender. No requiere intimidad, no requiere compromiso, no requiere desnudar el alma. Simplemente es desahogo. Cantar las penas generales, de la comunidad, es el recurso barato al psicólogo, lo que cuesta 1.50€ de una cerveza. Horas hablando de las preocupaciones que nos copan las neuronas, sexo, dinero, trabajo, amor..Momentos de catarsis por una cerveza y una tapa.

Pero ¡ Ay si se te ocurre hablar con alguien de tus penas personales, de tus frustraciones, de tus inquietudes! Gesto fatídico de total falta de educación sevillana. ¿ Me vas a amargar las «servesita» » mi arma»? «Joé» para una que me quería tomar tranquilito, no me ralles, que te rallas más que una cebra. ¡ Qué yo también tengo problemas!

¿ A qué te lleva esta conducta aprendida? A estar siempre rodeado de gente, pero a sentirte siempre sólo. Las maneras mandan. El qué dirán también. Todos «amigos», todos extraños.

Y escuchas con leve sensación de envidia a tu mujer, que va a quedar con sus amigas, las AMIGAS de toda la vida. Son más propensas nuestras compañeras de sufrimientos a mantener a sus amigas de la infancia. Normal, son más listas y sabias, más inteligentes. Saben que el camino es largo, que trabajos, amores, vienen y van. Y que aunque las penas con pan son menos, cuando las escucha una oreja amiga, son menos todavía. Siempre lo he dicho, Diosas en la tierra.

Siempre me preguntaba inocente, el motivo por el que mis abuelos varones, no tuvieran amigos. Siempre que paseaba con ellos, en muy pocas ocasiones, por lejanía y por que ya eran mayores cuando pude compartir algo de tiempo, nunca quedaban con alguna amistad a tomar algo. Quizás en las épocas en las que les tocó vivir, la amistad era otro de los tesoros impagables que se les negaban. Penurias, guerras, hambre, buscarse la vida, trabajar mucho trabajar, pudieran ser motivos por los que nunca los vi acompañados de amigos. También eran mayores, habían ya enterrado a muchos. Habían pasado de acudir a las bodas, bautizos y comuniones, para frecuentar velatorios, más veces de las deseadas. Nunca me llegué a imaginar que yo iba a conocer la razón, antes que ellos.

Y me acuerdo de mi amigo Erick, de mi hermano de infancia. El fue el hermano que nunca tuve. Siempre estuvo ahí, compartiendo los primeros pasos en nuestras vidas, juegos, colegio, estudios, travesuras, y siempre riéndonos haciendo las trastadas propias de nuestra edad. Su padre, fallecido hace poco, lo quería mal. Le daba unas zurras de espanto, y Erick nunca se quejó, nunca abrió la boca. Aguantaba con espartana actitud. Nunca lo vi llorar, aunque sabía que había » cobrado», por que todavía reflejaba su cara la marca de la «caricia». Nuestros primeros acercamientos a las chicas, música, locuras, correrías nocturnas y diurnas. La vida, la distancia, los malentendidos hicieron que poco a poco nos fuéramos distanciando. Él era de los que nunca faltó a la hora de ir a buscarme para salir a jugar. Tampoco falto una palabra suya de consuelo.

Y Caste, Sergio, Oscar, Jorge. Mi pandilla, la pandilla más «leñera» de todo el barrio. Seres inmortales, vampíricos, de pelo largo, que deambulábamos por las calles de mi querida ciudad de Ceuta. Jóvenes, de insultante juventud. Inconformistas, alegres, sin tiempo para preocupaciones. Primeros cigarillos, primeros cubatas. Cumpliendo con los trámites de la madurez. Desafiantes. Aquí, ahora, este momento. Los días cortos.

Y en mi Colegio. Puedo decir que los 43 que estudiábamos en aquella clase, eramos todos amigos, de los de verdad. No se si era otra época, o es que yo lo sentía así. Pero así era. Puedo repetir de memoria, casi de una manera enfermiza, todos los nombres que formábamos parte de aquella aula. No tiene mucho mérito tampoco, todos los días, pasaban lista.

Y en mi lugar de descanso vacacional, el Puerto de Santa María. Victor, mi gran amigo de los veraneos y de fiestas de guardar. Piscinas, playas, chicas. Siempre lo pasábamos genial. No había día en el que no nos inventáramos alguna aventura, alguna locura, alguna chorrada. Partiéndonos la cara con las bicis, escalando los eucaliptus del bosque, pillando nuestras tablas de surf, para escaparnos a la playa. Antonio, Maxi, Edu, Chiqui, Carlos. Otra pandilla de las más temidas.

Muchos años me pasé sin la compañía de amigos. La » elección» de una pareja. La propia responsabilidad en ello. Cuando todo terminó, en el momento más duro de mi vida, conocí a otro de mis grandes amigos. Sergio. Compartir los tragos amargos que te toca vivir, une. Cuando tu mundo se va literalmente al carajo, y no te queda nada, » aparece» otro ser humano, que lo está pasando peor que tú. Y fue amigo, padre, hermano, siempre hermanos. Honor y gloria siempre. Los dos estábamos en el fondo del pozo negro de la desesperación y la amargura, del » nada puede ir peor». Y en esos trances, la amistad cobra todo su sentido. Cuando lo único que se tienen son penurias, pocas ocasiones para la alegría, ahora pienso que no éramos amigos. Simplemente dos guerreros heridos de muerte, rotos, intentando sobrevivir.

Y cuando tocas fondo, cuando no se puede bajar más, todo lo que queda es subir. Y como amigos compartimos el ascenso. Y eso fue lo que nos alejó.

«¿ Dónde están mis amigos?» Dice una canción. Y no quiere decir ello, que sea un ser antisocial, perseguidor de causas perdidas, escapista profesional de eventos, con fobia a las multitudes, Robinson de los Crusoes eterno, monje capuchino del silencio comprometido, ermitaño de la montaña, en mi torre de marfil. Simplemente me he cansado. Le he cogido gusto a esto del ostracismo por elección.

Te vuelves exigente, quisquilloso, más callado. Tus ojos ya hablan más de lo que pueda decir tu boca. Vienes un poco, de vuelta de todo. ¿ A un ladrón vas a venir a robar? Ahora recuerdo, con un poco de vergüenza lo confieso, que por mis ansias de encontrar algún amigo, alguna amiga, le contaba mi vida a todo el mundo, hablando por los codos.  ¡ Ay , esa maldita voluntad de agradar!

¡ Y lo mal que te mira la gente cuando les dices, «No tengo amigos»! Las reacciones son variopintas. Extrañeza, desconcierto, perplejidad. Algunos se ven heridos en su amor propio. » ¡Oye! ¿ Y yo qué?». » Bueno, valeee. Aceptamos pulpo como animal de compañía». Esto del facebook y el número de amigos ha hecho bastante daño al sentido común.

Soy un lobo estepario, que cuida de su pequeña manada. Que no rehuye el trato, que disfruta de la amistad del que nunca falla, del amigo eterno. Ahora lo sé Ese amigo esta arriba, y otro que lo representa abajo. Mi Padre del cielo, y mi Padre en la tierra.

Y he roto los esquemas de la tradicional mentalidad machista. Una mujer es una mujer. Mi mujer, por su elección, porque ella libremente me otorgó el honor y el placer de ser su marido. Compañera, amante, maestra, sufridora, luchadora con dos cojones, dama, animal, guerrera, trabajadora, madre. Mi Reina, Mi Amor, Mi Vida.  Mi AMIGA.

Con el permiso del Maestro recientemente fallecido, Juan Carlos Aragón del Cádiz libre, y del Cantante Andaluz de la preciosa Huelva, Manuel Carrasco, dejo esto. Se que ellos son tan contestatarios y tan tocapelotas como yo. Porque estamos en Carnaval, porque me encanta, porque me recuerda a mis amigos, porque me recuerda a mi Padre y a mi Dios. Y porque me da la santa gana.

«Un amigo es un amigo, me dijo un amigo mío
y era tan amigo mío y tanta amistad la nuestra
que no supe qué pensar pero le dije mu dolio
un amigo de verdad, no lo dice y lo demuestra

Un amigo-amigo no te dice
un amigo está pa algo.
Un amigo-amigo está contigo
en los momentos más amargos.

Un amigo-amigo de verdad
no dice quiero ser tu amigo,
pero si es tu amigo de verdad
tu muerte la muere contigo

La amistad es regalar
el corazón de un caballero…
A un caballero, a un caballero…

Por eso los corazones
de los amigos cañones
son corazones de oro
oro por el que te digo
que los mejores amigos
son los mayores tesoros.
y esos tesoros no tienen
reputaciones ni bienes
ni huecos en los altares
que los altares se adoran
a la semana una hora
y otra hora en los bares.

Por eso sé lo que digo
na más que tengo un amigo y es mi pare.»

Las Punteras de Elisa (XI)

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¡¡¡¡¡ Acercateeeeeeee niñaaaaaaa, que todo lo que tengo vale una millonaaá. Compraaaaa, compraaaa, que me lo quitan de las manos. Tú mira lo que quiera «miarma», que mirá es gratis !!!!». Jueves, calle Feria, bullicio a trompicones deambulando de forma sinuosa por la estrecha arteria principal del barrio de la Macarena. Para los que no conozcan la capital hispalense, el jueves es uno de los principales días de la semana, al cumplirse un ritual muy del gusto del sevillano. El conocido popularmente como el «mercadillo del jueves», es el más antiguo de la ciudad, hundiendo sus orígenes en la etapa anterior a la Reconquista cristiana protagonizada por el rey santo, San Fernando. Hoy en día, en esta calle que no llega al kilómetro, se muestran en numerosos puestos, antigüedades, artículos de segunda mano, objetos religiosos, obras de arte y lo más extraños cachivaches. Muchos historiadores y estudiosos, encuadran temporalmente el mercadillo en los tiempos de la dominación árabe, habiendo sido el primer enclave la Plaza de Calderón de la Barca, colindante al Palacio de los Marqueses de la Algaba.

A excepción del Jueves Santo, siendo el Miércoles Santo el día sustituto para celebrar el mercadillo, durante el resto de los jueves del año, este zoco medieval cobraba vida en la populosa calle, transformándose por unas horas en el trastero público de lo olvidado, de lo no deseado, viejo o roto, en el desván de las intimidades ciudadanas. De rancio abolengo, pintoresco y con un incuestionable magnetismo, el mercadillo había inspirado hasta las páginas de los más eminentes literatos, desde Ángel Vela, pasando por Chaves Nogales, Richard Ford, o incluso el mismísimo Miguel de Cervantes. Muchos habían inmortalizado en sus lienzos su vida, en sus cuartillas sus historias. E incluso, llegando a la exageración más sevillana, alguna obra de Murillo se había vendido allí.

Elisa acudía cada vez que podía a la calle Feria, los jueves de mercadillo. Le gustaba perderse entre los numerosos puestos que ofrecían sus tesoros a precio de saldo. Cuadros, estatuillas, antigüedades, objetos eléctricos y electrónicos, joyas, revistas del destape y libros, más de alguno descatalogado. Discos, cintas de cassette, dvd piratas. Todo bonito, todo bueno, todo barato, todo negociable.

Esta curiosa predilección se la había contagiado su madre, muy aficionada a coleccionar objetos antiguos y  todo tipo de enseres, a primera vista sin utilidad. Acaparar lo que no sirve o lo que no tiene ya valor, extraño pasatiempo. Su madre en alguna ocasión se había sentado con ella en la mesita de la cocina, cuando estaban a solas, y dejaba de ser Doña Severa, para compartir con ella sus tesoros.

Normalmente esto sucedía cada jueves. Era el único suspiro en el que parecía humana, era el único momento en el que dejaba escapar sus sentimientos, era el único pestañeo en el que se asemejaba a una madre. Monedas nacionales y de diferentes países, sellos y estampas, pequeñas navajitas con mangos de diferentes materiales, canicas, platitos de porcelana, dedales de variados materiales, medallas religiosas, bordados, mantones de manila, muñecas de porcelana. Cada jueves, Doña Severa, Severa, conducía a su hija a la cocina. Perdonándole el eterno destierro, el encierro en su cuarto. Allí en la cocina, en aquella alargada mesa con olor a comida, exponía todos sus alhajas. Eso si, previamente, Severa limpiaba con primor la superficie de la mesa, con visible cariño y cuidado.

A Elisa, siempre le gustaba preguntarle a su madre por la historia de algún objeto peculiar o llamativo. Se quedaba embelesada escuchando horas y horas. Su suave tono de voz, su candencia, su timbre, su expresividad, su relato perfecto, su cínico humor negro, sumergía a Elisa en un embriagador sopor, que le transportaba a otros mundos, a otras épocas, a otras realidades. A la fantasía de ser una niña querida, una niña amada, un niña feliz. Cuando el espíritu está necesitado, con qué poco se contenta.

» Este anillo con rubí, y esta medalla del Gran Poder y de la Macarena, fue un regalo de tu abuela por tu bautismo. Cuando te cases te lo daré, para que lleves algo de ella, en el día de tu boda. El día de la boda de una mujer, es uno de los más importantes. Es un día de muchos nervios, pero no te preocupes pequeña que yo estaré a tu lado»- susurró Severa.

A Elisa se le saltaron las lágrimas.

Algo llamó la atención de Elisa, a la mitad de la calle, llegando a la casa número 85. Una anciana con gafas de sol, sentada en los peldaños que daban entrada a la casa, dirigía su mirada hacia ella. La anciana iba vestida de luto riguroso, y portaba un bastón. A sus pies, una alfombra persa deshilachada, servía de nido de cientos de cacharros y trastos que se desparramaban por sus confines. Una mesilla de noche de nogal, encima de la pequeña alfombra, hacía las veces de expositor. Sobre ella, una estatuilla de marfil,  blanco amarillenta, casi respiraba. Elisa se acercó entre el gentío.

» Hola guapa, ¿ Buscas algo?»- dijo la anciana.

» Nada en particular»- se sonrojó Elisa.

» Todos buscamos algo ¿sabes niña? «- exclamó la anciana con inusitada familiaridad.

Elisa, se quedó pensativa mirando a la vieja enlutada. Sentía la necesidad de coger aquella pequeña mujer de marfil.

» ¿ Sabes a quién representa ?»- preguntó la anciana.

Elisa se ruborizó y se quedó callada. No tenía ni idea. Simplemente sentía una inexplicable atracción por aquella figura.

» No te preocupes miarma. Pronto alguien te lo contará. Y te traerá amor y penas. Las cosas de la vida ¿ verdad? Blanco y negro pocas veces. Siempre gris. ¡ Qué bonita es la vida cuando todavía se tiene juventud para bebérsela!» La anciana sonrió. » Bebe cielo, bebe».

Elisa la miro incrédula, No le salían las palabras. Parecía que había enmudecido. Lo único que podía hacer era escuchar.

» ¿ No me crees verdad guapa?». La vieja sonreía. » Yo veo cosas que tú nunca creerías». La anciana bajó con un gesto de la mano las gafas de sol a la altura de la punta de la nariz. Unos ojos totalmente blancos, inexpresivos, vidriosos, miraron a Elisa. Unos ojos vacíos, sin vida, de color amarfilado como el de la estatuilla, examinaban expectantes la reacción de la asustada joven.

Elisa, se sobresaltó. No fue una sensación de asco lo que sintió, ni siquiera de repulsa. Simplemente temor, un temor desnudo, sin posibilidad de escondite, sin tapujos. Después de aquella primaria reacción vino la pena. Una sincera pena y compasión. Tristeza.

» Ay mi niña. eres sensiblona. No te apures, perdóname. Estoy un poco loca. Solo ante el miedo, el ser humano reacciona con su verdadera naturaleza. Algunas veces hay que probar al que se tiene delante. No lo olvides.» Al decir esto, la anciana de negro, suspiró y bajo la cabeza.

Elisa quería sostener aquella figura. Sentía la necesidad de cogerla y acariciarla. Su mano se acercó a ella y de pronto chocó con otra mano. La estatuilla estuvo a punto de caer al suelo. Ella, retrocedió y alzó la mirada. Era un hombre.

Era alto, muy alto y delgado. De pelo negro ondulado y ojos verdes. Sus facciones eran fuertes, pronunciadas. No era un hombre guapo, pero si, como se suele decir, atractivo. Su mandíbula era marcada, cejas pobladas, nariz achatada y labios generosos. De complexión robusta. Vestía una gabardina de color ocre, y un sombrero ocupaba la mano inocente del choque fortuito. Algo singular le llamaba la atención. No podía afirmar que era, pero algo de aquel extraño le hizo sonreír. El también lo hizo.

» Es una burda imitación de la Diosa Lakshmi de Pompeya, hallada en el 39. Representa la fertilidad. Si te gusta te la regalo»-dijo él. Ella sonrió embelesada.

» Anciana, ¿ qué precio tiene esta estatuilla»- preguntó el extraño.

» No sé, dímelo tú que sabes más de ella que yo. ¿ No es cierto?», afirmó la anciana.

» ¡ Qué guasa tiene la ciega! ¿ Tienes ganas de regatear, no?» Dijo el hombre.

» Todo tiene un precio»- concluyó la ciega.

En ese momento él palideció. Se llevó la mano al bolsillo y sacó la cartera. Cogió unos cuantos billetes y se los ofreció a la anciana. La vieja tomó los billetes y se los llevó a la nariz. Los olisqueó como un perro de caza, y después pasó la yema de los dedos por ellos.

» Es suficiente caballero. La estatuilla es tuya. Ten cuidado con ella, que las cosas delicadas se pueden romper si no se las trata con cariño.»

Él la miró, intentando responder con algún chascarrillo a las palabras de la vieja, pero se quedó mudo. Se dirigió a Elisa, y le preguntó, » ¿ Te tomas un café conmigo y formalizamos la entrega de la dichosa estatua?» Elisa sonrió, «¡ Claro!».

Bajaron por la calle, dirección a la Iglesia de San Juan de la Palma. Llegando a la altura del número 79, Elisa miró al portal. Encima de la puerta de entrada había un relieve con  figuras cinceladas en la piedra. Media luna, dos estrellas, un gallo y una escoba. En ese momento se acordó de la vieja. No se había despedido de ella siquiera. Miró hacía atrás, intentado identificarla entre la bulla. La vieja y enlutada ciega ya no estaba.

Las Punteras de Elisa (X)

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Un sonido gutural, casi agónico, salía de aquel cuarto de baño. Un grito sordo, animal, que expulsaba todos los demonios que atormentaban a Gestas. No era sólo la lógica reacción fisiológica a otra noche de maldita borrachera. Era un llanto de desesperación que nacía del interior, de las entrañas, un alarido de macho alfa, expulsado de su manada por otro lobo más joven y dominante. Esas tripas que liberaban los samurais en el pasado, al practicarse el «seppuku», cuando ya no había » Daimyo» al que seguir, o cuando el honor se había perdido. Arcadas de alcohol que derramaba por su boca hasta desfallecer, hasta perder el sentido de la realidad. Ya no había nada que regurgitar. El regusto agrio de la bilis inundaba su boca y las lágrimas ácidas que escocían, hijas de aquella nausea eterna, se desparramaban por su cara. Reía, lloraba, vomitaba, en un orgasmo de vacío existencial. Asido fuertemente a la tapa de aquel váter, con sus brazos rodeando la taza, Gestas continuaba echando a los demonios, en un exorcismo interminable. Los que habían crecido en su interior. Aquellos que dominaban desde siempre su alma. Sus eternos compañeros de infancia.

Ya había perdido la cuenta de cuántas noches habían terminado de la misma manera. Con ese abrazo místico, de rodillas, frente a aquel agujero negro que tragaba sus penas. Algunas veces no llegaba a su casa. Había vomitado en la calle, en su coche, en más de alguna esquina, encima de sus ropas, o incluso, encima de alguna compañía ocasional. Ese veneno le estaba matando.

Se secó el sudor y se limpió los restos de fluidos de los labios, con la manga de una camisa ya manchada y pestilente. Se incorporó y se acercó al espejo. No quería mirarse en él. Pero sucumbió. Levantó los ojos y miró. Y no reconoció al hombre que tenía delante. No era él, era un extraño. Su piel estaba pálida, de un blanco mortecino, barba de varios días, ojos brillantes, pero muertos, ojeras. De pronto, sus ojos se encontraron con los de aquel ser que le observaba fríamente y sonreía. Abrió el grifo, y con sus manos se enjuagó la cara.

Apoyándose en las paredes, encaminó lentamente sus pasos al salón, y se desplomó en su butaca. Cerró los ojos.

Aquel cuarto era un verdadero paraíso infantil. Las paredes estaban recubiertas de papel, con hadas y elfos, criaturas fantásticas que volaban por los cielos, magos, dragones y guerreros a caballo, corrían por el techo vulnerando las leyes de la gravedad. Una ventana enorme dejaba pasar la cálida luz del sol. Desde ella, se divisaba un jardín preñado de rosas, naranjos, azahar y damas de noche. En el alfeizar de la ventana, se encontraba una jaula dorada, en la que » Cantarín», un pequeño jilguero, entonaba las más alegres melodías, regalando armonías a todos. Una fuente redonda con mosaicos romanos, agua cristalina y una estatua de Hades en el centro, en una mezcla explosiva, reinaba el centro de aquel Edén multicolor.

Juguetes por doquier, caballos de cartón, escopetas de corcho, muñecos de trapo, un patinete de hierro de color rojo reluciente, pelotas de cuero, un tren, eran algunos de aquellos preciosos tesoros infantiles, de aquel niño solitario. Estanterías de madera de roble, repletas de libros, un escritorio con una bola del mundo, un juego de escritura, pluma, tintero y papel secante.

Su cama, un colchón mullido y confortable de plumas de ganso, revestido de colchas, bordadas con cientos de cervatillos. Una almohada también de plumas, era el descanso perfecto que cualquier niño desearía. Una lámpara isabelina de miles de cristales brillantes, pendía del centro del techo reflejando la luz natural, y creando arcoiris de ensueño.

Gestas no tenía hermanos, jugaba solo durante horas infinitas. Inventaba historias, pintaba en su caballete con una paleta de colores, todo aquello que su imaginación le sugería. Corría por el jardín descubriendo insectos y plantas nuevas, en un universo de aventuras. Escalaba por las ramas de los árboles, a la caza de algún pajarillo. Alguna tarde le visitaba algún niño con el que jugaba. Pero la mayor parte del tiempo estaba solo. Se había acostumbrado a estar solo.

Su padre nunca se encontraba en casa, los negocios de la familia le ocupaban la mayor parte de su jornada. Tenían una finca desde tiempos inmemoriales. Olivos, viñas, trigo. Tantas hectáreas de tierra tenían bajo su dominio, que múltiples tipos de fruto crecían en ellas . Únicamente veía a su padre al anochecer, cuando volvía a su casa. Después de cenar, lo cogía amorosamente en brazos, y le contaba hazañas increíbles de sus antepasados, de sus tradiciones y costumbres, del origen de su apellido, de relatos que todavía no llegaba a entender, y cuando llegaba la hora de dormir, acompañaba con cariño al pequeño a su cama, dejándole prendido un beso en la frente.

Su madre, era otra cosa. Estaba siempre en casa. Dominaba todo el tiempo del pequeño Gestas. Muy alta, de cabellos dorados, del color del trigo de sus tierras, esbelta y elegante. Sus ojos eran de un verde mar intenso, casi irreal, y un rictus de ligero desdén y lejanía de las cosas terrenales dominaba su expresión y sus modales. Era nacida de alta cuna. María Eugenia era una mujer de belleza abrumadora. Se había casado como todas las señoritas sevillanas de su clase social, con un pretendiente con posibles. Los matrimonios pactados era lo habitual, entre las altas clases sociales de la Sevilla más acaudalada. Pero un matrimonio, lleno de lujos y comodidades no le dio el amor a aquella fina y fría damisela.

Esas numerosas horas de ausencias las pasaba María Eugenia en casa, reunida con su grupo de oración, del que se sentía especialmente orgullosa y afecta. Las más importantes mujeres del pueblo, acudían a la casa de los Santamayor, cada tarde, para leer los Sagrados Evangelios. En el salón, leía cada dama un capítulo, para después entrar en debate del sentido y significado de la Palabra revelada, todo ello dirigido por María Eugenia y el Padre Demetrio, antiguo sacerdote ya retirado. El Padre Jacob, el nuevo cura, siempre había declinado las invitaciones a participar de aquellas reuniones. María Eugenia siempre se había preguntado el motivo de la actitud del sacerdote. Las reuniones siempre acababan con la reducida comitiva, rezando el rosario. Lo repetían una y otra vez, hasta la saciedad. El olor a incienso y cirio quemado, provocaban un clima irrespirable, hipnótico. Gestas, escuchaba con temor desde su cuarto, situado en la planta alta, los enfervorecidos cánticos. Miraba, agazapado, tras la barandilla de la escalera, con la curiosidad propia de un niño. Al finalizar, siempre, cada tarde, una de las integrantes se aproximaba a la puerta del salón, y la cerraba con llave. A partir de ese momento, reinaba un silencio sepulcral, que retumbaba en los oídos del pequeño. Al cabo de una hora, la puerta se abría, y en el más absoluto de los silencios, los integrantes de la comitiva abandonaban la casa. Ese era el momento, en el que María Eugenia acudía a su segunda gran pasión, la bebida. Era una gran bebedora de toda clase de licores y vinos. Lo único que no probaba era la cerveza, por que le habían enseñado que » eso era de pobres». Agarraba unas borracheras de órdago, y casi siempre terminaba inconsciente, desmayada en el suelo. Menos aquella tarde.

Aquella tarde, Gestas no aguantó su curiosidad, y bajo las escaleras. Con anterioridad, Doña Leonor, mujer del Alcalde, había cerrado la puerta del salón, como cada tarde. El pequeño puso su mano infantil en el pasamano, y peldaño a peldaño fue bajando la escalera que descendía desde la primera planta. A cada escalón que pisaba, se producía un imperceptible crujido de la madera. A la mitad del recorrido, Gestas paró, algo en su interior le decía que era mala idea, que tenía que volver a su cuarto, que si Doña Leonor cerraba la puerta, era por que no tenían que ser interrumpidos, que su presencia no era bien recibida, y que fuera lo que estuvieran haciendo, lo mejor que podía hacer era regresar con sus juguetes. Gestas siguió bajando. Al final de la escalera, un rellano, con una estatua de un dragón chino de marfil, una mesita alta de cedro, una alfombra persa en el suelo de madera, y un espejo redondo de plata. Gestas se acercó a la puerta y agarró el pomo. Torpemente lo giro, y abrió la puerta con lentitud. Por una pequeña rendija, llegaban unos extraños ruidos y una leve luz. Gestas acercó sus ojos de niño, para poder ver mejor.

Dicen que unos de los momentos más tristes de la existencia, es cuando un niño pierde su inocencia. Aquella tarde fue la última tarde la de la inocencia del pequeño Gestas. Una maraña de cuerpos desnudos sudorosos se mezclaban, en una trepidante bacanal de sexo desenfrenado. Era imposible distinguir donde empezaba uno y terminaba otro. Gemidos, palabras lascivas y lenguajes obscenos hirieron los tímpanos del niño. Los ojos de la inocencia se rompieron. La rosa blanca se marchitó,y asqueado por tal espectáculo fue retrocediendo lentamente hasta el rellano.

» ¿ Qué haces ahí niño infecto? » Gritó su madre desnuda, asomando medio cuerpo por la puerta. Gestas aterrorizado retrocedió apresuradamente y cayó al suelo de espaldas. » ¡ Vete de aquí ahora mismo hijo de Satanás! ¡ Ya hablaremos tu y yo sabandija asquerosa!»

Gestas subió las escaleras a la velocidad del rayo y se metió en su cuarto. Una vez allí, se arrastró hasta debajo de su cama, y abrazado a su peluche, un oso marrón de nombre » Bicho», cerró con fuerza los ojos, mientras su corazón galopaba como un caballo desbocado.

Pasó, una hora, quizás dos, cuando pudo escuchar voces que se alejaban y los pasos de unos zapatos de tacón subiendo por la escalera. Era su madre, la que entraba por la puerta, agarrando con una mano una botella de coñac medio vacía, y con otra una regla de madera.

» Ven cariño ven, mamá te va a enseñar lo que estaba haciendo con sus amigos». Su aliento apestaba a alcohol.

Aquella tarde, aquella fatídica tarde, el alegre jilguero que estaba en la ventana del cuarto de Gestas, enmudeció.